Decidí llevarlo a cabo. ¿Por qué no digo "intentar"? porque tengo miedo, y sólo espero (ansiosamente) que funcione. 

La tengo ante mí, me mira a los ojos. Usa un polo rojo que pugna valientemente contra la exquisita voluptuosidad de sus pechos, perdiendo la batalla; los ojitos curiosos de sus pezones asoman venciendo la tela roja. Su pantalón azul asfixia sus piernas, que gracias al ejercicio han soportado bien el paso del tiempo. Ella es una MILF, y estoy a punto de hipnotizarla. 

Creo que lo he logrado. Su mirada ha quedado estática, en el vacío. Lo confirmo una vez que saco erecto (y palpitante) mi pene en toda su gloria ante su rostro, y lo paseo ante ella, pero sin tocarla (no aún). Le susurro en el oído mi orden, y unas palabras especiales, acto seguido la libero del trance (obviamente ya guardé mi aparato en los pantalones). Ahora es cuestión de esperar. 

He tomado un sitio, dos semanas después, en un empolvado sofá rojo. (Esta noche no veo a muchos) Ante mí el palo pulido, unas luces parpadeantes. Una tras otra, salen, se contornean, algunas bajan y se soban con su público. No importan. 

Por fin ha salido. (Les) Resulta extraño: lleva mucha ropa puesta, como si no se lo tomase en serio; ropa común y corriente, sin botas ni faldas ni lentejuelas... el mismo polo rojo y pantalón de cuando la hipnoticé. 

Más raro resulta ese vidrio que han puesto entre ella y nosotros. Todo parece indicar que veremos sin tocar. Baila, baila, una lenta canción, sin hacer nada interesante. La gente parece aburrirse, nadie ve la pequeña manguera que sale del techo hasta que empieza a vomitar agua sobre ella, empapándola. La música cambia (ahora es más rápida, y ella también). Comienza a moverse con vigor, baja del escenario hasta nosotros, sacudiéndose, desabrochándose la ropa de abajo, mostrando su ropa interior blanca. Se acerca a uno de los espectadores, se sienta en su regazo y estimula su masculinidad con sus movimientos. Ha tomado sus manos, y ahora las pasa por debajo de su polo... retoma su lugar en el escenario y el tipo se queda con el sostén en las temblorosas manos. 

La manguera hace de las suya una vez más. Sus curiosos senos mueren por saber que sucede, quieren ver tras la ropa. Pareciese que la música le impartiese nuevas y diabólicas fuerzas. 

La Diosa baja una vez más con los mortales. Se acerca, y los pobres hombres tiemblan, avasallados por el poder que emana. Se detiene ante un afortunado, se sienta de espaldas sobre sus piernas, levanta la pelvis y establece las manos titubeantes sobre los níveos tirantes. El hombre se queda estático, hasta que (con mucho valor) retira finalmente la tela, exponiendo su sexo. Ahora no se acerca, se limita a caminar entre ellos, hasta llegar a mí. 

Se sube al sillón de frente ante mis embelesados ojos. La silueta de los senos, visibles tras el agua y la tela, me tentaba. Más aun cuando se restregó contra mi ansioso cuerpo, humedeciéndolo. 

Pero ahora se tiene que ir, ya acaba su momento. A medida que veo el ritmo de su culo desaparecer tras bastidores, me sonrío.   

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