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Probablemente saben que la vida no es lo que parece. Mucho menos el Hi5, donde gran parte de las fotos de chicas lindas que encontramos son falsas.














Encontré a esta chica hace algunos meses, y acabo por encontrar sus foto en lugares remotos y con nombre diferentes. En unos se llama matrozka, en otros roxana, en otros cindy... ¿Alguien sabe cómo se llama esta chica, en dónde vive y cuántos años tiene?


22:39

Harry

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"Antes que nada la salud", dijo Harry llevándose la copa a los labios. La idea de su pene rompiéndose no la resultaba nada agradable; su doctor se había asegurado de ello. 

-¡Vaya que eso dificultaría las cosas! ¡Follar sin pene es como pensar sin lógica!

La voz provenía del extraño hombre que, como si se tratase de su propia casa, se hallaba sentado en el sofá, viendo una de película porno. Sin pensarlo, Harry sacó su pistola. 

-¿Te desquitas con otro sólo porque tu tripita no funciona? -preguntó con sorna- Yo no te he robado nada... aún. 

Algo en la voz de aquel sujeto le ponía los pelos de punta y le ponía la piel de gallina; era como su si su cuerpo fuese más allá de lo que allí veía; como si inundase el lugar entero y lo absorbiese dentro de sí. En un arrebato le soltó un tiro directo en la frente. ¡Lo había matado! ¿Qué haría ahora con el cuerpo? ¡Carajo era tan difícil pensar con los gemidos! El control remoto descansaba en la mano de su víctima, así que fue a tomarlo...

-¡Hey! ¡No en la mejor parte!

Harry no pude articular palabra. El demonio había tomado la forma que la Esclava había visto, con la que había follado hace tantos años, pero que no recordaba. Una garra le había atravesado el pecho y el corazón.

19:37

Asmodeo

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¿Por qué? 


Por supuesto, la pregunta de Esclava no se relacionaba ni remotamente con alguna profunda complicación filosófica pensada con el propósito de darle una insondable complicación en forma de un ocho ocioso; aquel que la conociese lo sabría sin humearse el seso: sexo, claro está.

El AIDS (pensaba así porque había estado tirando con muchos gringos últimamente) era la joya de la corona de las angustias que le ahuyentaban el Morfeo, aunque lamentablemente no la única. Con los días se terminaba de reconvencer de su decisión, pero siempre acababa por recordar las malditas maldiciones de Venus. ¿Qué podía hacer? 

En eso pensaba la Esclava ese día, sentada en el bus, camino a su casa. Fue entonces que vio su respuesta: Debía rondar el metro 90, tenía una calva brillante, unos músculos rebeldes, una nariz prominente y ojos negros como la pez. Pero era su lasciva mirada lo que la sorprendió. Aquel tipo emanaba un hambre sexual tan intensa que la hizo temblar; además, con mirarlo bien podía dar por seguro que poseía una potencia salaz que desafiaba toda lógica; era como un tren bala a toda velocidad, y la mera atención de aquellas negras pupilas la estaban excitando hasta el borde de la locura (casi podía sentir como la penetraba sin piedad su miembro de mulo, cómo expelía toneladas de exquisito semen en sus entrañas). No se daba cuenta de que había empezado a llorar; que un hilillo de saliva recorría su mentón; que había tenido un orgasmo monumental que había empapado su calzoncito blanco. ¡Hijo de puta! ¡Deja de mirarme! pensaba deslizando su mano bajo su corta falda escolar. No pudo controlar la sonrisa... ni el segundo orgasmo que acabó por hacerle soltar un débil gemido que hizo voltear a todos (los hombres con su mirada lasciva, devorando a la bella escolar con los ojos).

El misterioso se levantó y fue hacia la puerta, sin dejar de mirarla. Esta vez el clímax fue tan violento que le hizo soltar un sonoro grito de placer. El desconocido bajó del vehículo. La Esclava, aún sacudida por la excitación, fue tras él, dejando una estela de fluidos vaginales tras ella. 

No lo veía. No hacía caso a los transeúntes que, preocupados, le preguntaban qué le pasaba, pero que luego se retiraban solos al ver como de debajo de su falda escolar goteaba el semen femenino. La habrían negado sus conocidos de haberla encontrado así, llorando a moco partido en medio de la calle, dejando un charco meloso bajo ella. 

¡Allí en la esquina estaba él!

Por calles quebradas y avenidas sin nombre lo siguió, y él, sádico, volteaba esporádicamente, aumentado su gozo desesperado. 

Al fin, se detuvo. Como un asesino invisible, sus brazos inhumanos la tomaron y acabaron con lo último de su voluntad. El hombre estaba ya desnudo en toda su magnificencia. A simple vista el monstruo era un prodigio de la naturaleza, altanero y ateo, pues su cabeza desafiaba los cielos como una afrenta a Dios, y su tamaño se burlaba de toda su creación. Impaciente, la punta de la lanza fue contra su objetivo, atravesando con facilidad la tela blanca y ensartándose hasta la raíz. 


De no haber estado lubricada como lo estaba, aquella impiedad fálica no hubiera calzado. Pero aún así, el inmenso pene era tal que empujaba con ferocidad las paredes de su vagina, que joven y flexible como lo era, resultaba increíblemente insuficiente; además del irreal tamaño del invasor, las gordas venas de este estaban henchidas, y el aparato era como un globo al borde de explotar, haciendo la tarea venérea una tarea digna de un hércules.


Pero todo comienzo tiene un final. De algún modo la vulva pudo acoger al monstruo, que lentamente empezó a penetrar. 


Hace unos días la Esclava había leído una historia que habría de recordar el resto de su vida, por sentirse tan identificada con su protagonista: Memorias de una pulga. Hasta la última página había sentido como si la historia de Bella fuera la suya propia, y había sentido una verde envidia al leer cómo su heroína podía dar rienda suelta a sus placeres en manos de los bien dotados eclesiásticos. ¡Lo que hubiera dado por ser ella!


Pero en ese momento pensaba que el motivo de envidia era ella. Juraba que moriría del dolor, del calor abrasante que emitía el pene, de la intermitente potencia de las embestidas, de aquel dolor en el pecho cuando gritaba, de placer... 


Una tras otra, nuevas ideas pululaban, pues siempre había estado allí y solo esperaban a que alguien adecuado las hiciera germinar y llevar a cabo. Era una cuestión que abarcaba su cuerpo entero, que cada vez parecía más de goma que de carne y hueso...

Lo único que supo después fue que estaba desnuda en medio de la calle, y dos ebrios hablaban incoherencias entre sí. Tenía un dolor intensísimo. Cuando se levantó de su vulva se escurrió una catarata blanca; cuando la saboreó todos los recuerdos la asaltaron: la manera inolvidable en la que el mismísimo demonio Asmodeo había follado con ella; el sabor incomparable de su semen, lo incomparable de su técnica milenaria, lo insaciable de su voluntad, la dureza, la impiedad... su ardiente, incansable, venosa...

Sus padres aún mantenían la esperanza de encontrarla, tras cuatro semanas de haber desaparecido. No podía hablar y tampoco sentarse; tuvieron que operarla pues sus cuerdas vocales estaban dañadas. La operó un doctor llamado Julio. Lo sé porque luego le confesó a Harry que se había logrado escabullir en su casa y follar con él. Pero como dice Ende, esa es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.

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9:43

Secuestro

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No tuvo tiempo de considerar una idea tan demencialmente genial. Antes de saberlo, no podía hablar, no podía moverse; estaba fuertemente anulado por una mordaza y un par de esposas en su propia cama matrimonial. Su todavía más sorprendida esposa solo pudo emitir un rápido grito de sorpresa antes de que se diera cuenta de que la Esclava le apuntaba con una pistola, desnuda bajo el chorro de agua de la bañera. Con un poco más de tranquilidad hubiese recordado la inutilidad de la pólvora mojada, pero no ese momento. 

La Esclava la amarró a las patas de la cama y se puso a contemplar la escena. Quería más. 

Le desgarró la ropa a la horrorizada mujer hasta dejarla como vino al mundo. Por donde la viese, era un magnífico ejemplar. Sus instintos empezaron a despertar una vez más; el paliativo del esposo estaba agotándose, tenía hambre otra vez. Como una niña que descubre algo nuevo, comenzó por palpar la tierna vulva. En verdad, estaba descubriendo un nuevo placer. 

El hombre fingía que trataba de liberarse mientras miraba con mucha excitación como su sorpresiva amante le devoraba el coño a su mujer, que gemía como una puta en celo. La conocía lo suficientemente bien para darse cuenta de que lo estaba disfrutando más que él. 

Lo cierto era que el mojado cuerpo esbelto y voluptuoso de aquella adolescente recorría las curvas del suyo con una pasión descontrolada, y la forma en la que la besó le hizo tener un orgasmo bestial como no lo había tenido antes. La sensación de aquellos bellos senos sobre los suyos le hacía temblar los labios, pues apenas podía contener comportarse como una puta ante su esposo. Lo mejor que podía hacer era fingir que se había rendido, y contener con todas sus fuerzas sus ganas de gritar de placer cuando aquella extraña le succionaba los pezones...

Al hombre le taparon los ojos cuando su esposa se desmayó tras el tercer orgasmo. Harry entró a la casa y no pudo evitar tirarse una paja en la boca de aquella mujer. Tenía el presentimiento de que sería otra desde ese día en adelante. En total, se robaron todo el dinero que pudieron encontrar y la ropa que "serviría para propósitos futuros". Harry terminó de rodar, tomó unas fotos finales y se retiró sumamente satisfecho. Por su parte, la Esclava estaba aún insatisfecha, pero había descubierto una nueva vía de placer, y también se retiró feliz con la ropa que acababa de robar.

17:36

Irrefrenable

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No se puede luchar contra el impulso sexual. Es una total utopía. No mientras el “segundo” funcione apropiadamente. Por supuesto hay valientes que pueden fingir, pero hoy en día están en extinción, pues tenemos el deseo a flor de piel.

La Esclava sabe eso muy bien. Su experiencia, aunque corta, le ha dado el magnífico don de distinguir aquellos pobres mortales, de los de amplia sensatez, que no se negarían al placer de una mujer como ella. No dirían no al realce que producía aquella blusa rosada a sus senos sin sostén, a su sonrisilla de putita viciosa. Ella estaba cada vez más hambrienta, más ansiosa de que la tocasen.

Mañana tarde y noche, en cada transporte público que aborda, cada calle que transita, observa. Es un plato servido, sólo era cuestión de acercarse a reclamarla.

Y muchos lo hacían. Por unas pocas monedas, decenas (¿decenas? ¡Más!) De pares de manos la tocaron. Pero casuales apretones en sus pechos no eran ni lejanamente suficientes para ella. A aquellos tipos les sobraba pudor y temor social, tan nocivos para sus ansias como la soledad al ser humano.

Incluso los paliativos que le proporcionaba Harry resultaban insuficientes. A veces pasaba días enteros sin ser tocada, y eso la enloquecía. En esos días solo se ponía el uniforme escolar para cumplir el deber con su amo y para excitar a los hombres fantasiosos. Había concluido que era un pérdida de tiempo: sería puta, sin lugar a dudas; es más, ya era una, y con plenas capacidades de darse el lujo de cuatro cifras en un futuro cercano. Sin embargo el dinero para ella era secundario, de haber podido vivir sin él, sin duda habría vivido de hombre en hombre hasta terminar su vida en una orgía inmensa, totalmente bañada en semen, con la vulva hecha trizas, el culo masacrado y atragantada de la tan ansiada sustancia blanca. Era inútil negarlo o esconderlo, pues todos lo sabían por las atrevidas largas medias blancas de lencería, su alta falda, su ausencia de sostén y sus ajustadas ropas. Vivía como una puta y moriría como tal.

Por su parte Harry ya la había desahuciado. Había creado un monstruo que no podía satisfacer, además por fin se había cansado de ella. Ya no significaba nada para él.

Tiene un trabajo de medio tiempo en un sitio. Cada día pierde una cuota de pudor. No tiene sexo en aquel lugar, ni siquiera la tocan: se limita a sentarse semidesnuda en un cuarto y poner su sonrisa más provocadora, para que un extraño con una máscara como de inquisidor se acercara a ella y eyaculara encima suyo. Pero la jodía no poder sentir el calor de un pene dentro de ella, y siempre salía del "trabajo" insatisfecha y ansiosa. No lo importaba ni siquiera las manchas espesas de semen sobre su rostro, y tras pasarse la mano una vez por la faz salía ella con toda su frustración sexual a buscar a un hombre que apagara la llama en ella.


Confúndanlo con la compasión, pues ciertamente lo pareció. Para Harry la vida de aquella mujer ya no significaba nada, pero no resultaba del todo inútil…

Se le iluminó el rostro al hombre un segundo antes de que la incredulidad lo opacara. Y diez minutos antes de que sus pantalones cayeran al piso, una máscara le ocultara el rostro y una fogosidad sin restricciones de nombre nomás, vestida apenas con un conjunto de una pieza que a duras penas pasaba la zona de su pelvis, desató una tormenta en una zona casi abandonada. Él tranquilo y disfrutando, que su rostro estaba cubierto por tela y el de ella por la máscara de la lujuria irrefrenable. Ni los entusiastas compradores de los videos, ni el tipo de turno, ni los policías y mucho menos ella al sentir como le rellenaban de semen la concha.

No llevaba la cuenta. Con los policías, hubiera sido demasiado difícil de manejar. Cuando la patrulla policial iba en movimiento se le hacía complicado el manejo de la cámara, pero se las apañaba milagrosa y misteriosamente. Mucho más fácil resultaba cuando el auto estaba estacionado en una esquina oscura y solitaria, en las bancas y los arbustos de un parque, en el baño de los restaurantes, en las combis sin pasajeros, en las casetas de los vigilantes, en los taxis, en las butacas de los cines y en las calles oscuras. Prefería evitar que su contexto se moviera para poder concentrarse y poder filmar con detenimiento cómo al final de la jornada el jugo escurría bajo aquellas amoratadas piernas.

 Los ebrios perturbados, los coqueteos, los policías y los escenarios eran tan reales como los litros de semen que descargaban. Por supuesto que muchos no lo creían, pero a Harry no le importaba pues igualmente compraban, y mucho menos a ella, mientras por un momento pudiera saciar su hambre. De otro modo hubiese visto como una magna humillación las cosas que hacía. Ella, que hace unos pocos meses atrás era una atractiva pero por lo demás normal jovencita virgen, ahora se paseaba en un conjunto diminuto por las calles, como una comida a domicilio. La otrora decente mujer se hacía cada vez más diestra, y cada día aumentaba su marca personal. Estaba personalmente orgullosísima de la noche en que consiguió el número de teléfono de un hombre casado y lo llamó minutos antes de que partiera con su esposa a una aburrida reunión social. Cual súcubo la voz al otro lado de la línea hechizó al bastardo con una curiosidad que le hizo palpitar el pene por primera vez en mucho tiempo. Se tragó de golpe más de diez años de casamiento y fidelidad ininterrumpida y fingió con éxito una sorpresiva diarrea. Cinco minutos después ella estaba ante su puerta, irresistible. No lo pensó al desvestirla rápidamente, ni al tener sexo con ella descaradamente en el lecho matrimonial, ni al vestirla con la ropa que usaba su mujer, y mucho menos cuando usó tres botella de cerveza para mojarla de pies a cabeza. En una desenfrenada “gira” de arrebato sexual, la folló en el sofá de la sala, en la cocina y en la ducha, todo ante la atenta mirada del lente de Harry.
Pero todas las cosas llegan a su fin. El ruido de la ducha no les permitió escuchar el chirrido del auto que se detenía en la cochera. Por suerte la puerta estaba cerrada cuando la desdichada esposa llamó a su querido, que se aventó fuera y chisporroteó un saludo incomprensible. Evitaba mirar hacia atrás, porque su sorpresiva y joven amante lo observaba atentamente, parada y desnuda bajo la ducha. Pero a ella se le ocurrió una idea…

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