Se lamentaba, pero ya no podía dar marcha atrás. Con resignación, recibió el dinero. Ignacio ni siquiera se había dado el trabajo de desalojar su pedazo del coño de su enamorada para pagarle. No quería quedarse a ver, ni escuchar los rebotes entre sus pieles. Ella parecía estar disfrutándolo mucho, con cada nuevo cliente parecía volverse más y más puta... Sería masoquismo o algo más, pero se quedó a observar como Ignacio le propinaba embestida tras embestida a su enamorada, que gemía de placer. Tenía su corta faldita levantada, Ignacio apenas había movido la tela blanca de su calzón para calar su verga dentro de ella. El tiempo apremiaba y quería gozar. Ella, de espaldas contra la pared, mientras que le propinaban una paliza en la concha, con sus  pezoncitos erectos de excitación, gemía como si la torturasen.

Sonó el timbre de la salida. Ignacio sacó su pene, descargando su leche sobre su calzón (a la muy perrita le gustaba sentir el chele frío cuando se sentaba). Con su aparato colgando y goteando, le hizo una propuesta a Harry: "cuánto por su culo", le preguntó. Eso dio pie a una nueva idea.

Desde el incidente del director, muchas nuevas puertas se le habían abierto a aquella parejita. El reglamento del colegio ya no se aplicaba a ellos, y además  no sólo había logrado pagar las milagrosas pastillas, sino amasar una pequeña fortuna a costa de masacrar la vulva de su novia. Pero por más buena que estuviera, seguía siendo sólo una...

No sabría decir si Harry simplemente había despertado ese instinto cachero en ella, o si aquel trabajo la había hecho una puta, pero el caso era que con los días, ella ansiaba más y más una dura y golosa verga.

A pesar de los mucho que disfrutaba su compañía, Harry la dejaba de ver los viernes. Fue en uno de esos días que estando la esclava en una combi, notó una mirada lasciva sobre ella. Un viejo cuarentón, a cual el abandono sexual le había marcado el rostro. Ella se acercó al cuarentón y le preguntó  en voz baja si le parecía linda. El tipo, dubitativo al principio, respondió con un sí rotundo. Luego ella le preguntó cuánto dinero traía en los bolsillos. Sacó tres billetes de 10 y uno de 20. Acaramelando la voz, casi le exigió que la tocase. El pobre diablo empezó a sudar, pero viendo que estaban solos en el vehículo, le entregó los billetes y empezó a sobarle suavemente la pierna, metiendo la mano en la abertura de su faldita. Continuó subiendo hasta llegar a las bragas, y con sus enormes dedos acarició la tela. Metió su otro brazo bajo su polo, acelerando sus caricias. Buscó el pezón detrás del sostén, tomándolo entre su dedo gordo e anular, y empezó a sentir como ella se mojaba. Con algo de esfuerzo, le desabrochó la ropa interior y la metió rápidamente en su bolsillo, dándole espacio para emplear la inmensidad de su mano sobre aquellos deliciosos pechos.

Ella lo detuvo y levantando el culo se sacó el calzón, entregándoselo y saliendo de la combi. 

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