Orihime no pudo reprimir las lágrimas cuando vio la multitud de sonrisas lascivas que se posaban en su cuerpo. Inconscientemente se agazapó contra la pared, tratando de escapar. Uno de los Aizens sonrió, y desapareció de la vista de Orihime con un salto de Shunpo. Lo siguiente que sintió fue una sensación pegajosa, dura y dulce en su boca cuando su nuca estalló contra la pared; antes de que pudiera darse cuenta, las manos del Señor de los Arrancar tomaron su cabello naranja y empezaron una frenética sucesión de movimientos salvajes casi epilépticos, mientras que la pinga llegaba hasta lo más recóndito de la garganta de Orihime, que había perdido toda noción de la realidad.

De repente, el malévolo vaivén se detuvo, y ella pudo adivinar lo que se venía: un verdadero océano de semen caliente la inundó; hizo su mayor esfuerzo para tragárselo, pero la insólita cantidad de líquido la abrumó y se desbordó en su boca, por poco no ahogándola.

Orihime cayó al piso y empezó a escupir la descarga blanca a borbotones ante la atenta mirada de los clones.

Dos Syazel Aporro la tomaron de las piernas y abrieron su concha a modo de tiro al blanco. Gin Ichimaru sonreía. "ikorose, Shinzo", susurró abriendo sus ojillos, y su pinga se extendió veloz hacia su objetivo. Ella no pudo hacer nada para evitar que el delgado instrumento del ex-capitán entrara en sus entrañas, eyaculando casi al instante, rellenándola como a una piñata.

No le dieron tiempo de respirar o de expulsar el chele de su concha: una multitud de pijas ansiosas se aglomeró cerca a ella: dos Syazel Aporro se miraron con complicidad y le introdujeron sus penes al mismo tiempo en la boca; un Aizen la puso en cuatro patas y empezó a meter lentamente la cabeza de la pinga en su culo, un Tosen se colocó bajo ella y la penetró sin preámbulos. "Qué bueno que Gin la dejó aceitada, está bastante dilatada", dijo él. "Eso tiene fácil solución", respondió uno de los Aizens.

Mientras que sus agujeros eran hollados, sus dulces manitas sobaban ansiosamente las otras pingas de clones, mientras que otros soltaban su leche en su espalda, sus muslos, su cabello... se turnaban cronométricamente: unos eyaculaban e inmediatamente eran reemplazados por otros; ¿diez, veinte, cincuenta? ¿eran esas todas la veces que había sentido el calor del semen inundar su culo, su pobre conchita, su boca? De seguro eran muchas,muchas veces más; sentía como el calor que salpicaba sus piernas, como caía en su rostro, combinándose con sus lágrimas; la cambiaron de posición, un par de bolas era castigado bajo el peso de su cuerpo; ¿otra vez? el calor salpicaba otra vez sobre sus senos, su cuerpo entero, bañándola por completo; explotó otra vez en su boca, esta vez se lo tragó entero, en realidad le gustaba...

Orihime se sintió extraña cuando el último de los clones explotó tras venirse en su culo por última vez. Los originales estaban en el medio del salón, observando feliz el espectáculo. Halibel yacía boca abajo en la piscina seminal, sin mover un músculo.

Sin saber lo que hacía, Orihime se levantó y fue hasta Aizen. Lo miró atentamente y luego le mamó la pinga como toda una experta. Cuando lo sintió venir, se la metió a la boca y se tragó hasta la más mínima gota de su descarga. Los tres rieron y Aizen convocó un bakudo-espejo para que pudiera mirarse: estaba totalmente irreconocible tras una máscara de semen, y estaba cubierta de pies a cabeza por él; manchas blancas, inmensas, le cubrían el cuerpo y el cabello; todo. Lloró horrorizada cuando una sensación aplastante le vino desde dentro: primero vomitó cantidades inverosímiles de líquido blanco, luego un terrible dolor le hizo voltear hacia atrás la cabeza, y sus pezones endurecieron como granito y escupieron largos y cuantiosos chorros de leche, y con un grito de prostituta en celo, su concha escupió todo el chele acumulado. Acto seguido, se desmayó.

Tia Halibel despertó la mañana siguiente sin marcas de lo ocurrido. Corrió hasta el salón del trono de Aizen, sólo para encontrarlo tomando té.
--¡Aizen!
--Oh parece que hasta los arrancar tienen pesadillas....¿Deseas algo, querida?

Halibel se disculpó y abandonó la sala del trono olvidando todo lo ocurrido la noche anterior.

"Ah no sabes cuánto te amo en esta clase de situaciones, mi querida Kyoka Suigetsu..."

FIN

Subscribe