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Irrefrenable

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No se puede luchar contra el impulso sexual. Es una total utopía. No mientras el “segundo” funcione apropiadamente. Por supuesto hay valientes que pueden fingir, pero hoy en día están en extinción, pues tenemos el deseo a flor de piel.

La Esclava sabe eso muy bien. Su experiencia, aunque corta, le ha dado el magnífico don de distinguir aquellos pobres mortales, de los de amplia sensatez, que no se negarían al placer de una mujer como ella. No dirían no al realce que producía aquella blusa rosada a sus senos sin sostén, a su sonrisilla de putita viciosa. Ella estaba cada vez más hambrienta, más ansiosa de que la tocasen.

Mañana tarde y noche, en cada transporte público que aborda, cada calle que transita, observa. Es un plato servido, sólo era cuestión de acercarse a reclamarla.

Y muchos lo hacían. Por unas pocas monedas, decenas (¿decenas? ¡Más!) De pares de manos la tocaron. Pero casuales apretones en sus pechos no eran ni lejanamente suficientes para ella. A aquellos tipos les sobraba pudor y temor social, tan nocivos para sus ansias como la soledad al ser humano.

Incluso los paliativos que le proporcionaba Harry resultaban insuficientes. A veces pasaba días enteros sin ser tocada, y eso la enloquecía. En esos días solo se ponía el uniforme escolar para cumplir el deber con su amo y para excitar a los hombres fantasiosos. Había concluido que era un pérdida de tiempo: sería puta, sin lugar a dudas; es más, ya era una, y con plenas capacidades de darse el lujo de cuatro cifras en un futuro cercano. Sin embargo el dinero para ella era secundario, de haber podido vivir sin él, sin duda habría vivido de hombre en hombre hasta terminar su vida en una orgía inmensa, totalmente bañada en semen, con la vulva hecha trizas, el culo masacrado y atragantada de la tan ansiada sustancia blanca. Era inútil negarlo o esconderlo, pues todos lo sabían por las atrevidas largas medias blancas de lencería, su alta falda, su ausencia de sostén y sus ajustadas ropas. Vivía como una puta y moriría como tal.

Por su parte Harry ya la había desahuciado. Había creado un monstruo que no podía satisfacer, además por fin se había cansado de ella. Ya no significaba nada para él.

Tiene un trabajo de medio tiempo en un sitio. Cada día pierde una cuota de pudor. No tiene sexo en aquel lugar, ni siquiera la tocan: se limita a sentarse semidesnuda en un cuarto y poner su sonrisa más provocadora, para que un extraño con una máscara como de inquisidor se acercara a ella y eyaculara encima suyo. Pero la jodía no poder sentir el calor de un pene dentro de ella, y siempre salía del "trabajo" insatisfecha y ansiosa. No lo importaba ni siquiera las manchas espesas de semen sobre su rostro, y tras pasarse la mano una vez por la faz salía ella con toda su frustración sexual a buscar a un hombre que apagara la llama en ella.


Confúndanlo con la compasión, pues ciertamente lo pareció. Para Harry la vida de aquella mujer ya no significaba nada, pero no resultaba del todo inútil…

Se le iluminó el rostro al hombre un segundo antes de que la incredulidad lo opacara. Y diez minutos antes de que sus pantalones cayeran al piso, una máscara le ocultara el rostro y una fogosidad sin restricciones de nombre nomás, vestida apenas con un conjunto de una pieza que a duras penas pasaba la zona de su pelvis, desató una tormenta en una zona casi abandonada. Él tranquilo y disfrutando, que su rostro estaba cubierto por tela y el de ella por la máscara de la lujuria irrefrenable. Ni los entusiastas compradores de los videos, ni el tipo de turno, ni los policías y mucho menos ella al sentir como le rellenaban de semen la concha.

No llevaba la cuenta. Con los policías, hubiera sido demasiado difícil de manejar. Cuando la patrulla policial iba en movimiento se le hacía complicado el manejo de la cámara, pero se las apañaba milagrosa y misteriosamente. Mucho más fácil resultaba cuando el auto estaba estacionado en una esquina oscura y solitaria, en las bancas y los arbustos de un parque, en el baño de los restaurantes, en las combis sin pasajeros, en las casetas de los vigilantes, en los taxis, en las butacas de los cines y en las calles oscuras. Prefería evitar que su contexto se moviera para poder concentrarse y poder filmar con detenimiento cómo al final de la jornada el jugo escurría bajo aquellas amoratadas piernas.

 Los ebrios perturbados, los coqueteos, los policías y los escenarios eran tan reales como los litros de semen que descargaban. Por supuesto que muchos no lo creían, pero a Harry no le importaba pues igualmente compraban, y mucho menos a ella, mientras por un momento pudiera saciar su hambre. De otro modo hubiese visto como una magna humillación las cosas que hacía. Ella, que hace unos pocos meses atrás era una atractiva pero por lo demás normal jovencita virgen, ahora se paseaba en un conjunto diminuto por las calles, como una comida a domicilio. La otrora decente mujer se hacía cada vez más diestra, y cada día aumentaba su marca personal. Estaba personalmente orgullosísima de la noche en que consiguió el número de teléfono de un hombre casado y lo llamó minutos antes de que partiera con su esposa a una aburrida reunión social. Cual súcubo la voz al otro lado de la línea hechizó al bastardo con una curiosidad que le hizo palpitar el pene por primera vez en mucho tiempo. Se tragó de golpe más de diez años de casamiento y fidelidad ininterrumpida y fingió con éxito una sorpresiva diarrea. Cinco minutos después ella estaba ante su puerta, irresistible. No lo pensó al desvestirla rápidamente, ni al tener sexo con ella descaradamente en el lecho matrimonial, ni al vestirla con la ropa que usaba su mujer, y mucho menos cuando usó tres botella de cerveza para mojarla de pies a cabeza. En una desenfrenada “gira” de arrebato sexual, la folló en el sofá de la sala, en la cocina y en la ducha, todo ante la atenta mirada del lente de Harry.
Pero todas las cosas llegan a su fin. El ruido de la ducha no les permitió escuchar el chirrido del auto que se detenía en la cochera. Por suerte la puerta estaba cerrada cuando la desdichada esposa llamó a su querido, que se aventó fuera y chisporroteó un saludo incomprensible. Evitaba mirar hacia atrás, porque su sorpresiva y joven amante lo observaba atentamente, parada y desnuda bajo la ducha. Pero a ella se le ocurrió una idea…

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